De trenes y ansiedad: el día que lo cambió todo.

Esa noche le costó dormir. Algo se había movido adentro, pero no sabía qué.
No era solo miedo. Era otra cosa. Una forma nueva de mirar el mundo, más frágil, más alerta.
Lo que había pasado en ese tren no fue casual. Fue un aviso.
Juan Cruz no lo entendió del todo en ese momento, pero sí supo algo: no estaba bien.
Y aunque al principio intentó seguir como si nada, ese día marcó un antes y un después.
La ansiedad había llegado.
Y no sería tan fácil ignorarla.


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Tren partiendo de estación. Ansiedad a bordo

Esta es la historia de Juan Cruz. Está basada en hechos reales… pero ¿acaso importa?

Tenía ganas de escribir. De alguna forma, siento que ayuda. No soy escritor, ni lo intento ser, pero hay historias que piden salir.

Juan Cruz es un hombre común. Aunque “común” sea un concepto difícil de encasillar. Digamos que encaja dentro de lo esperable: discreto, trabajador, con grandes ambiciones y límites difusos, sobre todo cuando se trataba de decir que no.

Tenía algunas inseguridades. Siempre sintió que todo le costaba un poco más. Como si el mundo le hablara en un idioma que él entendía tarde.

Sufre de ansiedad. No la ansiedad leve, cotidiana. La otra. La que encierra, ahoga y no avisa.

1. La oficina

Ese día no había pasado nada distinto a lo que pasaba en el día a día, aunque esto no quiere decir que haya sido tranquilo. A mi forma de ver, estaba bastante absorto en sus tareas, en automático, para no pensar. No me refiero a los temas del trabajo, sino a los temas que realmente lo podían afectar.


Ambiente hostil, dudas sobre si estaba haciendo lo que le gustaba o no, jefaturas tóxicas, exigencias propias, manipulación, etc. Ahora que lo escribo, la verdad, no era una buena dinámica. Pero para Juan era todo tan natural que ni siquiera se ponía a pensar en ello.

2. La estación

Era 23 de agosto. Como cada día, volvía del trabajo en tren, desde Retiro. Afuera todo parecía normal. Pero la normalidad no siempre es sinónimo de calma.
Siempre se subía al segundo coche, siempre buscaba el mismo asiento, al lado de la ventana. Tal vez porque desde ahí sentía que podía controlar algo.


Ese día también lo consiguió. Pero algo, aunque nadie lo supiera todavía, iba a cambiar.
Se sentó en su lugar, se puso sus auriculares con su música. Me dijo que estaba escuchando algo de rock. No tiene certezas: sus gustos son bastante amplios y podía estar escuchando desde el rock más pesado hasta algo de pop o de cumbia.


En fin, puso su música y su tiempo pasaba entre mirar por la ventana y revisar las redes sociales. Miraba Twitter para enterarse de todo lo que pasaba: noticias de política, economía, chismes, etc.
Nunca entendí esa excesiva necesidad de saber todo alrededor. Como si pudiera cambiar algo, o como si, por saber algo un minuto antes, pudiera hacer algo diferente.
Y así, el tren partió en horario.

3. El viaje

El viaje había empezado. Todo iba en horario. Metro a metro, el tren avanzaba. Poca gente. De hecho, no tenía a nadie sentado al lado, a pesar de ser hora pico. Era ese momento de la tarde en que todos quieren volver a sus casas.

El tren detiene su marcha en la estación Colegiales. Ocurre el intercambio: algunos pocos pasajeros descienden, suben unos tantos más. Nuevamente se pone en marcha.

De repente a pocos metros de dejar atrás la estación, Juan sintió una sensación extraña, parecía algo leve. Un hormigueo en las extremidades: manos y pies. El tiempo, como si se hubiese detenido. Un segundo ya no era un segundo, como si la dimensión del tiempo se perdiera. Incertidumbre.

El corazón, de repente, comenzó a latirle tan rápido y tan fuerte que sentía que cualquiera, en cualquier parte del tren, podría escucharlo.
¿Será que así son los infartos? —pensó.
Se le helaron los pies y las manos, que sudaban frío.

Intentaba respirar, pero sentía que no podía. O que no era suficiente.
Finalmente, llegaron las náuseas. ¿Podría vomitar?
—Qué vergüenza si vomito en un lugar público —pensó.

Los síntomas se apilaban. Todos a la vez
¿Se puede sentir tanto junto? ¿Por qué no me desmayo?
Apenas había transcurrido un minuto, tal vez dos, entre el inicio y la situación desesperante en la que se encontraba.

Comenzó a mirar la puerta para descender como si su vida dependiera de ello.
El viaje placentero que solía tener —casi dormitando entre estaciones, a veces sin ganas de bajarse— se convirtió en desesperación.

El tren, al igual que el reloj, parecían estar detenidos. El espacio-tiempo, jugando en contra.
Empezaba a pensar en planes B: si iba a vomitar, lo haría en la mochila o se escondería; si se desmayaba, que no fuera a la vista de todos.
Pensó en marcar el 911.
Sus intentos de control se multiplicaban, casi igual que los síntomas.

Como un último acto desesperado, casi milagroso, llegó a la estación Belgrano.
Salió disparado, pensando en pedir ayuda.
Cruzó las puertas con un solo objetivo: ser lo más discreto posible.
Porque si iba a morirse, mejor no molestar a nadie que quiere volver a su casa.

Pero algo mágico ocurrió al cruzar las puertas del tren.
Se detuvo en la estación. Tomó aire.
Y, como si nada… el milagro.
Los síntomas comenzaron a desaparecer rápidamente.
Como si hubiera naufragado y ahora estuviera en tierra firme.

Desconcertado pero aliviado, pensaba en lo que había pasado.
Juan había tenido su primer ataque de pánico. O de ansiedad. O crisis de angustia.
No sería el último.

Negador como era, lo primero que pensó fue que le había bajado la presión, o algo así.
Lógico: un poco de aire, un poco de agua, y a seguir.
Ojo, la idea de un ataque de pánico se le cruzó. Pero la descartó.

Esperó el siguiente tren. Ya recuperado, volvió a subir.
Solo le faltaban tres estaciones. Unos diez minutos.
Sencillo.

Sin embargo, apenas cruzó las puertas lo supo: algo ya no estaba bien.
Y cuando estas se cerraron detrás de él, el miedo se apoderó de sus pensamientos.
Los síntomas volvieron.
La angustia. La desesperación.

Y aunque en ese momento no se detuvo a pensarlo, lo supo:
algo se había quebrado.
Ya no volvería a ser el mismo.
Como si ese evento hubiese cambiado la forma en que su mente procesaba la realidad.

Resistió lo que pudo. Aguantó dos estaciones. Y se bajó.
Tomó aire y caminó a su casa.
Pensando.
Quizás mañana sea distinto.

En ese momento, él no lo sabía, pero tendría mucho trabajo por delante para salir adelante.

4. Ansiedad.

Esa noche realmente le costó dormir, algo lo incomodaba. Y al día siguiente, cuando el despertador sonó, dudó por primera vez si era capaz de viajar como lo venía haciendo tantos años. Se preguntaba una y otra vez “¡¿Qué es lo que me está pasando?!”

🔍 Si estás pasando por algo similar, te recomiendo comunicarte con profesionales de psiquiatría o psicología. Te dejo el link de la red social de la Asociación Argentina de Trastornos de Ansiedad, donde podés encontrar orientación profesional.

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